cuatro largas décadas


Durante casi cuatro décadas, las que median entre 1939 y 1975, España vivió bajo las órdenes del general Francisco Franco, carismático vencedor de la Guerra Civil. El triángulo de sustentación del 18 de julio: Ejército, Falange e Iglesia, con su reparto de papeles coactivo, ideológico y legitimador, cimentó un régimen autoritario y paternalista, capaz de adaptar los ingredientes totalitarios al contexto hispano. El caudillaje plenipotenciario de Franco condicionó por completo este diseño personal, al que se fueron añadiendo ciertas dosis de flexibilidad, a medida que la política internacional evolucionaba hacia una mayor tolerancia y posiciones antifascistas. Bajo la coartada de la ‘democracia orgánica’ y en una clara operación de maquillaje, se fue fraguando la lenta institucionalización del régimen, que se dilató desde 1938 (fecha de aprobación del Fuero del Trabajo) hasta enero de 1967 cuando ve la luz la Ley Orgánica del Estado, ratificadora de su envoltura arcaica, confesional y carente de partidos políticos.
El franquismo
En el trayecto quedan otras cinco Leyes Fundamentales, de rango similar y carácter dogmático u orgánico, con las que se pretende completar la ‘Constitución fragmentada’ del franquismo, si aceptamos el eufemismo al uso (Ley Constitutiva de las Cortes Españolas de 1942, Fuero de los Españoles y Ley del Referéndum Nacional de 1945, Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 1947 y Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional, de mayo de 1958, delimitadora de una monarquía tradicional, católica y social).
El desarrollo interno del franquismo admite una relajada disección al coincidir prácticamente sus hitos referenciales con los indicadores sociales, políticos y económicos que marcan el tránsito de una década a otra. Mientras los años de la década de 1940 se caracterizaron por la introspección y la autarquía, imprescindibles para alcanzar la pretendida autosuficiencia económica, prorrogada tras finalizar la II Guerra Mundial por desentendimiento con los vencedores, la década bisagra de 1950 presentó connotaciones muy diferentes. Tras el aislamiento exterior y la mal disimulada neutralidad y no beligerancia, en estos años centrales del siglo XX se consuma la inserción internacional y el afianzamiento peninsular del régimen, merced a la firma en 1953 de pactos económicos y militares con Estados Unidos y el Concordato con la Santa Sede, coetáneos en el ámbito interior al Plan de Estabilización y los primeros sondeos planificadores de la sociedad del bienestar.
Franco
La década de 1960, tan impactante en todo el mundo, significó para España la consecución de un desarrollo económico sin precedentes, no exento de desequilibrios sectoriales y regionales, así como un giro tecnocrático en la vida política, que mostró síntomas de apertura y adaptación. Las migraciones de uno y otro signo que surcaron la geografía nacional con sus secuelas demográficas y especulativas, las transformaciones socioeconómicas y las consignas del exterior impulsaron, con el beneplácito de la nueva clase dirigente, el adiós al anquilosamiento político. Al igual que había sucedido en 1956, pero con mayor intensidad y carga ideológica, la agitación estudiantil y la conflictividad obrera patentizaban, desde otro ángulo de análisis, la necesidad de cambios profundos.La confluencia en la década de 1970 de factores negativos para el régimen de muy variopinta procedencia (crisis energética, huelgas y oposición antifranquista, terrorismo, problemas saharianos), acabó por descomponer un orden obsesionado con su permanencia. La larga agonía del general Franco, fallecido en noviembre de 1975, simbolizó el agotamiento del sistema, mientras el pueblo se interrogaba sobre la capacidad de supervivencia del franquismo sin su principal hacedor.

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España durante el franquismo

Historia de España. Postguerra. Dictadura. Autarquía. Transición democrática


España durante el franquismo
La Posguerra (1939-1959): configuración de una dictadura.-
En 1939 concluye la guerra civil española con el triunfo de los nacionales. El General Franco asume el poder y va a establecer un sistema político dictatorial. No hay constitución y Franco va concentrando todo el poder en sus manos. Personifica la soberanía nacional. Tiene poder político ejecutivo, legislativo y militar, se le reconoce el poder para nombrar cargos, tanto políticos como de la administración. La Constitución de la República quedó anulada. No se elaborará otra. Durante la dictadura solamente se redactaron las leyes fundamentales, donde Franco establecía las “reglas del juego” . En las leyes fundamentales la idea siempre es la misma: los derechos y libertades de las personas quedan anulados.
Desde el punto de vista político, la situación sigue igual hasta el fallecimiento del General Franco. Este tipo de sistema político se mantiene evitando que lleguen otras ideas y haciendo ver que el poder del dictador es tan grande que no se le puede arrebatar. Franco hizo de España un estado confesional para conseguir el apoyo de la Iglesia Católica. También buscó el apoyo entre los grandes empresarios. El ejército también apoyó este sistema, ya que Franco lo depuró tras la guerra, apartando de él a los republicanos.
El partido falangista fue el soporte más importante del régimen franquista. Este partido negaba la lucha de clases, condenaba el liberalismo, el consumismo y la democracia... Franco rechazó cualquier tipo de organización social que pudiese suponer una crítica para su régimen.
Al triunfar Franco , la comunidad internacional lo rechazó. Sólo Hitler y Mussolini lo apoyaron. Franco los ayudó en la guerra con la División Azul. En 1945 acaba la guerra y Franco se queda solo. Todos los países rechazan sus sistema. En la época de la Guerra Fría, Estados Unidos quería poner una base aérea en España, para lo que estableció relaciones comerciales, que repercutieron positivamente en la economía española.
Economía de posguerra (1939 - 1959): la autarquía.-
Tras la guerra, España queda arruinada. Fueron destruidos campos de cultivo y fábricas, pero lo más importante es la pérdida de recursos humanos: se producen muchas muertes en la guerra civil. No se sabe exactamente el número, pero se cree que es de seiscientas mil a un millón. Además, mucha gente joven se exilió. Va a faltar mano de obra.
A lo largo de los años 40, la mayor parte de la población española pasa una etapa muy difícil, con mucha escasez. En la sociedad no hay clase media, sino que están los que se han enriquecido con la guerra y el resto de la gente. Los ricos han conseguido serlo especulando: reducen el número de productos en el mercado, lo que provoca que suban los precios.
El Estado interviene en la economía. Impulsa la producción de los sectores básicos. Se funda el INI (Instituto Nacional de Industria). Pretende apoyar la industria española. Las industrias deficitarias pasan a manos del Estado.
Franco se compromete a conseguir una economía autárquica, que se autoabastezca, sin depender del exterior. Pero la economía está estancada, la población tiene un bajo nivel de vida y se enfrenta al racionamiento (repartir productos necesarios entre toda la población). Esto se hace mediante cupones, en los que se establece que cantidad le corresponde a cada persona. Se da el estraperlo, que consiste en negocios alrededor del mercado negro. Es comercio ilegal, motivado por la escasez.
El desarrollo (1959 - 1973): los cambios políticos.-
Para poder ser aceptado en las relaciones internacionales, Franco va a realizar un cambio político. Establece los gobiernos tecnócratas, con miembros apolíticos y técnicos, que tratan de realizar bien sus funciones. Define el régimen español como “Democracia Orgánica”, de cara al exterior, aunque nada tiene que ver con una democracia parlamentaria.
La Falange va a ser sustituida por el Movimiento Nacional. Se aprueba la Ley de Principios del Movimiento (1958). En la Ley Orgánica del Estado (1966) se define la democracia orgánica y se organiza el estado, mediante unas bases: la familia, el municipio y el sindicato.
Los diputados son elegidos por sufragio restringido, aunque algunos son designados por el Jefe de Estado.
El desarrollo (1959 - 1973): los cambios económicos.-
Los años 60 son años de crecimiento para la economía española, que se ve contagiada por el resto de Europa. Se abandona la autarquía y el Estado deja de dirigir la economía y fomenta la iniciativa privada. Los empresarios capitalistas cuentan con el apoyo del gobierno.
Se elaboran planes de desarrollo cuatrienales, que recogen todos los aspectos de la economía. Se impulsa la aparición de “polos de desarrollo”, que son ciudades que concentran varias industrias y se convierten en un foco para el desarrollo económico.
En Galicia hay dos polos, A Coruña y Vigo. Pasado este primer punto de polos, se pasó a fomentar los ejes de desarrollo Coruña - Ferrol y Vigo - Pontevedra - Vilagarcía de Arousa.
Los factores de crecimiento económico se denotan con la balanza comercial y la balanza de pagos. La balanza comercial registra la diferencia entre importaciones y exportaciones, en base al comercio. En España es deficitaria. La balanza de pagos recoge todas las relaciones económicas, no sólo el comercio, con el extranjero. Así, el turismo, los ingresos por emigración y la inversión de capital extranjero son positivos y equilibran la situación española, dando superávit.
El turismo en España en los años 60 fue productivo. Era un país atractivo por su cultura, gastronomía, etc. Pero principalmente por el sol y por el Mediterráneo.
Los españoles emigran a Francia y Alemania en esos años. Pretenden ir, ganar dinero y volver. Lo que van ganando, lo mandan para España, lo que favorece el desarrollo.
Muchos extranjeros invirtieron capital en España. Esto favoreció también el crecimiento.
El desarrollo (1959 - 1973): los cambios sociales.-
Los años de desarrollo coinciden con un crecimiento espectacular de la población española. Son años de un “Baby Boom”, es decir, un aumento espectacular de las tasas de natalidad. Este aumento está relacionado con el crecimiento económico: al haber mejor situación, se pueden mantener más miembros de la familia.
En los 60 se da un fenómeno: el éxodo rural. La población del campo se dirige a las ciudades, para conseguir puestos de trabajo. Se reduce la población dedicada a la agricultura y aumenta la dedicada a la industria y los servicios.
También cambia la sociedad. La clase media pasa a ser la predominante. El país se moderniza. La introducción del automóvil marca la época.
La oposición al franquismo.-
En la posguerra, fue difícil manifestar una oposición al franquismo, ya que la represión era durísima. A pesar de esto, en distintos puntos de España se organizan guerrillas en zonas de montaña, que reciben el nombre de Maquis.
Castelao fundó en el exilio “O Concello de Galicia”, un gobierno propio. Comenzaron a notarse tímidos movimientos de protesta en la calle, como la huelga de tranvías de Barcelona (1951), la movilización estudiantil (1956) o las huelgas en Asturias (1958).
Los antiguos partidos republicanos, ahora en el exilio, tomaron contacto con fuerzas políticas europeas y se reunieron en Munich, con miembros del PSOE y nacionalistas, para denunciar el franquismo.
En los años 60 hay una fuerte conflictividad social en España. En 1962 se constituye Comisiones Obreras (CC OO), que protagonizó la lucha sindical de los años 60 y primeros de los 70. Tomó fuerza el movimiento estudiantil, que se apartó del régimen. Se crearon los Sindicatos Democráticos de Estudiantes (1965).
En estos años se produce el nacimiento de ETA, a partir de un sector radical del nacionalismo vasco. En 1973 asesinan a Carrero Blanco, presidente del gobierno.
El fin del régimen franquista y la transición democrática (1973-1977).-
La crisis del petróleo de 1973 afecta a España. Aumentan espectacularmente los precios y muchas industrias quiebran. La inflación llegó hasta el 26% anual y el paro crecía sin parar.
En los últimos años del franquismo se vio la necesidad de una reforma política. Se constituyo un gobierno en 1974, presidido por Arias Navarro, pero las reformas anunciadas no cambiaron nada esencial en el régimen. Siguieron las movilizaciones populares y ETA continuaba matando.
El 20 de noviembre de 1975 murió Franco. Dos días después, Don Juan Carlos juró su cargo como Rey de España y su mensaje dejó claro que quería un cambio político.
En 1976 fue nombrado presidente del gobierno Adolfo Suárez y puso en marcha un proceso de cambio político. Se elabora una Ley para la Reforma Política, que fue aprobada en referéndum. En ella se reconocían los derechos fundamentales y se proponía la creación de las Cortes.
El gobierno de Suárez buscó el apoyo de todos los grupos políticos. Adoptaron una reforma pactada. En 1977 se legalizaron los partidos políticos y los sindicatos y se convocaron elecciones a las Cortes Constituyentes.

DATOS DE LA POSGUERRA




IV. LA POSGUERRA

Terminada la guerra, la unidad de Julio Bravo iba de pueblo en pueblo, por la provincia de Guadalajara, «recogiendo a todos los republicanos, que se entregaban por compañías enteras, a los cuales hacían prisioneros de guerra.»

En una ocasión salieron de Las Inviernas, donde habían pasado la noche, y anduvieron toda la jornada; «se pasaron todo el día andando descalzos [sic] por caminos que no habían transitado nunca..., no tenían nada que comer» y llovía y nevaba tan intensamente que perdieron el rumbo y al anochecer llegaron al mismo pueblo de donde habían partido por la mañana.

«Se tenían que buscar la vida como podían» y, en una ocasión que hicieron noche en Horche, se refugiaron en la iglesia, quemada ya por los republicanos, y tuvieron que quemar la tarima que aún quedaba para combatir el frío.

En otra ocasión encontraron un cerdo, lo mataron y se lo comieron.

Luego de un tiempo Julio Bravo fue destinado a una unidad de ingenieros pontoneros en Cataluña donde a lo largo del río Segre estuvo reparando los puentes dañados durante la guerra. Allí donde había prisioneros de guerra los hacían trabajar duramente. Siguieron pasando hambre y tenían que robar en los huertos y en el Segre estuvo a punto de ahogarse absorbido por un remolino cuando trataba de recuperar las truchas que habían matado con bombas de sifón

«La guerra fue mala porque se perdieron amigos y familiares, pero la postguerra fue peor a causa del hambre y la pobreza, y de la falta de libertad.»

«Los primeros años de la postguerra fueron los peores ya que no había nada que comer, porque los campos estaban destrozados por la guerra. Fueron unos años muy difíciles... y España no se recuperó hasta veinte años más tarde.»

«Al acabar la guerra —dice Juan, de Méntrida (Toledo)—se impuso una dictadura militar. En cuestiones de justicia reinó el desorden y muchos inocentes murieron fusilados por la deficiencia de ésta o por las prisas con que se administraba. Las autoridades abusaron de su poder según su conveniencia.»

1. La represión

«Tanto los rojos como los nacionales estuvieron asesinando a la gente durante los tres años que duró la guerra, pero Franco continuó la matanza hasta unos días antes de morir que firmó las últimas sentencias de muerte de los presos políticos.» (Nuria Jiménez)

Cuando terminó la guerra «todos salían contentos a recibir a las tropas nacionales, sonaban las campanas y había un gran alboroto en todas las ciudades... Pero después... hubo otras muchas muertes por rencores. La gente que había estado en el bando derrotado eran insultados al pasar por la calle e incluso eran apaleados por la multitud, hasta que más adelante se calmaron los ánimos.»

Los matrimonios, divorcios y bautizos de la zona republicana quedaron invalidados, y los primeros y últimos tuvieron que celebrarse de nuevo. Fueron famosos los bautizos colectivos.

Los aspirantes a empleos públicos eran depurados (investigados por si eran encontrados culpables de algo) y los que no pasaban la prueba iban «unos a la cárcel, otros a la calle o a trabajos malos: albañil, barrendero... Los republicanos estaban discriminados.»

«Cuando el ejército de Franco entraba en un pueblo, se instalaba en él un cuerpo de información de la Guardia Civil, al que acudían los nacionalistas del pueblo para acusar a los republicanos, a los cuales se encarcelaba o fusilaba.»

«No existía libertad de expresión, no se podían juntar más de tres personas para opinar pues inmediatamente eran disipadas [sic] por la Guardia Civil. A la gente la obligaban a hacerse de la Falange. También les obligaban a ir todos los domingos a misa. En misa no se podía decir ni una sola palabra, todo el mundo estaba en silencio.»

«Había mucha censura; no podíamos hablar nada en contra del Régimen, porque te detenían —dice Paquita Pérez Lozano.

«Llegaron los requetés o falangistas y llamaron muy violentamente a la puerta diciendo que abrieran; mi marido desde dentro respondió que esperaran un momento, que se iba a vestir, pero ellos dijeron que no hacía falta, que abriera la puerta conforme estuviera. Entonces mi marido se puso la camisa por encima, abrió la puerta y les enseñó un aval. Por lo menos iban cinco o seis. En el aval se decían que bajo ningún concepto detuvieran a Rufino Sanz Cebrián porque estaba bajo las órdenes del comandante..., que respondía por él. Pero ellos le hicieron terminar de vestirse porque se lo llevaban; dijeron que ya se enterarían quien era ese pajarraco. Pero cuando iban por el medio del patio [cambiaron de opinión y] le permitieron quedarse; pero [le advirtieron que] no podía moverse de allí hasta que comprobaran lo del comandante y el salvoconducto.»

Según un decreto de Franco, todo el que hubiese luchado contra su ejército podía ser condenado a seis años y un día de cárcel, si no tenía antecedentes; que, si los tenía, «la condena podía aumentar considerablemente y llegar incluso al fusilamiento.»

Una vez terminada la guerra, a los republicanos les era casi imposible atravesar las fronteras, ya que los controles nacionalistas eran severísimos. Eran muy pocos los que conseguían salir, que la mayoría de los que lo intentaban eran detenidos y fusilados, si tenían antecedentes, o condenados a cadena perpetua en caso contrario.

Alfonso Valero Segura, que nunca fue un activista político, fue sin embargo encarcelado al terminar la guerra acusado de "adhesión a la rebelión" porque durante la República había estado afiliado a un sindicato. Estuvo condenado a muerte y en la celda que compartía con otros condenados «cada día oían como el cerrojo de su puerta se descorría, entraban los guardias y decían tres nombres, lo cual significaba que eran los próximos a ser ejecutados. El número de condenados se redujo hasta que él se quedó sólo con dos más en la celda. La siguiente vez que oyeron descorrer el cerrojo sólo a él nombraron. Lo llevaron por un camino diferente, hacia otra celda, y le dijeron: "Te ha llegado el indulto".» Se le conmutó la pena por treinta años de cárcel y fue liberado por buena conducta en 1949.

La guardia civil iba a buscar a los soldados republicanos a sus casas, decían a sus familiares que se los llevaban a dar un paseo, pero nadie volvía. «Los llevaban a cualquier descampado o al cuartel y allí los fusilaban» o les pegaban un tiro en la cabeza. En Aranda de Duero (Burgos) el paseo fue muy frecuente y en la provincia de Cuenca muchos vivieron escondidos en las montañas.

En el 39, ya terminada la guerra, «surgió en San Rafael (Segovia) una tragedia —explica Juan Blasco— que dio lugar a todo tipo de comentarios... Fue fruto de la ideología que imperaba por encima de todos los sentimientos de las personas.»

«El incidente tuvo lugar en La Panera, zona próxima a San Rafael donde la gente trabajaba en la madera... Pues bien, llegó una pareja de guardias civiles que saludaron al grito de ¡Viva España! Hubo gente que correspondió al saludo de los civiles, pero dos trabajadores ocupados en su trabajo no saludaron; no por su diferente ideal político, sino porque apenas pudieron verlos.

«Los guardias se enfadaron y comentaron que al grito de ¡Arriba España! se saludaba dejando de hacer lo que se estuviera haciendo.

«Con esto se llevaron a los dos implicados contra un muro y allí fueron fusilados sin ningún tipo de sentimiento.»

«En Arenillas (Soria) mandaban los de derechas.

«A los rojos los mataban, fueran ricos o pobres. Un chivatazo o un mal querer hacía que se los llevaran y los mataran.

«Había muchas venganzas y muchos asesinatos. Un soldado rojo mató a la mujer del alcalde por venganza.»

En Navalperal de Pinares (Ávila) los familiares de los jóvenes que trataron de resistir la evacuación a Madrid «tienen sed de venganza y se ponen a denunciar a muchos habitantes del pueblo.»

Un tío de Teresa Arranz, que fue jefe del comité de Guardias de Asalto, tuvo que huir a Venezuela.

José G. Aparicio no volvió a saber nada de un hermano suyo que, al caer Madrid, huyó antes de que los nacionales vinieran a buscarlo; también a él mismo sus familiares lo dieron por muerto ya que tardó dos meses en regresar a su casa.

En Madrid todos los combatientes republicanos tuvieron que presentarse en el viejo campo de fútbol de Chamartín, de donde a los tres o cuatro días sacaron a los oficiales. A Ulpiano González lo llevaron a Alcalá de Henares y, luego de retenerlo unos días en los pabellones nuevos del manicomio, lo ingresaron con el resto de comisarios políticos en el Penal Viejo en celdas muy pequeñas donde tenían que convivir cuatro personas en condiciones muy penosas. Una noche de mucho calor se alarmaron de pronto al oír ruido de explosiones y ver resplandores sobre las casas; pensaron que la guerra se reanudaba, pero todo resultó ser las fiestas de Alcalá. Después de tres meses en las celdas, fueron trasladados a los dormitorios, «naves donde tenían medio metro para dormir cada uno.» Enseguida comenzaron los juicios contra los comisarios, «que se cerraban con penas de muerte.» A Ulpiano González, del que sólo sabían que había sido comisario y militante del Partido Comunista, no llegaron a juzgarlo y dos años después, cuando se creó la comisión clasificadora, lo condenaron a un año de trabajos forzados, pero se lo dieron por cumplido. Sin embargo, poco antes de abandonar la cárcel y debido a un error, estuvo a punto de ser fusilado con otros comisarios, que ya los sacaban de las celdas.

Pocos días antes de terminar la guerra, Francisco Otero se vino andando de Alcalá a Madrid lo que lo libró de la cárcel, pero tuvo que hacer el servicio militar durante tres años más en el ejército de Franco. Junto a él, otros soldados republicanos, padres de familia, tuvieron también que permanecer varios años en el Ejército sin poder sostener a los suyos.

Pilar Ochaíta perteneció al Partido Comunista durante la guerra, por lo que luego tuvo que esconderse cuando Madrid cayó en poder de los nacionales. Una antigua compañera de la Maternidad de Santa Cristina la denunció cuando intentó trabajar en el Auxilio Social, pero el portero de su finca, cargo importante entre los boinas rojas, la libró de la cárcel agradecido por los alimentos que ella le había pasado durante la guerra. Como no le reconocieron el título de Matrona obtenido durante la guerra, tuvo que dedicarse a tejer jerseys a dos pesetas la pieza. Su madre tenía que buscar restos de comida por las calles, que con el racionamiento no les llegaba y además tenía que socorrer a una prima cuyo marido estaba en la cárcel.

Terminada la guerra, el marido de Natividad Fuerte fue llevado preso a la plaza de toros de Carabanchel acusado de haber dado muerte a un cura, pero no le pudieron demostrar nada, que sólo había tenido una disputa con él, «así que al no encontrar pruebas lo soltaron.»

«Al acabar la guerra quedaron muchos rencores y muchos denunciaban a otros diciendo que eran rojos para que los apresaran.

«Los juicios debieron tener mucho que desear, pues había personas, como mi bisabuelo, que se encontraron en la cárcel con pena de muerte. Se lo llevaron al Valle de los Caídos y como él trabajaba muy bien el hierro, fue uno de los que estuvieron haciendo el encofrado de la cripta. Por los trabajos realizados le conmutaron la condena a cadena perpetua y por último a siete años y un día. Al final ya le daban un sueldo por los trabajos y le dejaban salir cuando iban su mujer y sus hijos a verle.»

«Yo luché con los republicanos —dice Juan— y cuando terminó la guerra no quise irme a Francia porque mi país era éste. Me detuvieron, me interrogaron y me metieron un mes en la cárcel. Cuando le dije al coronel aquel que yo había estado en el Ebro, dijo: "¿Y a este hombre lo vamos a encerrar? ¡A éste había que ponerle una medalla, coño!" Luego me fui a vivir a un pueblo de Teruel y allí todo el mundo (hasta el cura que jugaba conmigo a las cartas) sabía que yo era comunista y nadie se metió conmigo. Tenías que ser un revoltoso para que te metieran mano. Y fíjate lo que te digo: Después de una guerra así, o mano dura, o esto es una matanza. En Madrid se prohibió el carnaval ante los asesinatos cometidos en el anonimato.»

Cuando Francisco Bodas «volvió a su pueblo, Belvís de la Jara (Toledo), lo retuvieron veintiún días por ser socialista. Estuvo detenido en las escuelas... Tras los veintiún días de arresto, [lo soltaron y] dos o tres días después lo volvieron a llamar para tomarle declaración de algunos sucesos acaecidos en el pueblo. También llamaron al sacristán, al cual pasearon por el pueblo y luego mataron. Tras su muerte mataron a otros muchos, ya que fueron a su procesión [¿entierro?].» F. Bodas no fue, pero las autoridades «intentaron enredarlo haciéndole firmar un papel que significaba la pena de muerte, la cual sin saberlo habían firmado muchos obligadamente. Muchos, por miedo, firmaron que habían ido a esa procesión sin haber ido y por ello los mataron.» F. Bodas se libró en parte porque pidieron informes de él a unos presos y, como su testimonio fuese favorable, lo soltaron; pero aquellos presos fueron fusilados en Talavera. Bodas pidió entonces que lo matasen, «pero las autoridades no podían hacer eso.»

En Belvís de la Jara mataron a más de treinta personas. Allí se hicieron campos de concentración para retener a los militares y mataron «a los que se habían destacado en alguna acción.»

Cuando por fin lo dejaron en libertad tuvo que irse a la Vera en busca de trabajo porque en Belvís, como era socialista, no lo conseguía.

Los familiares de los rojos tampoco estaban libres de persecución; así, al hermano del comisario político de una compañía, que huyó a Francia en su coche oficial, porque se le acusaba de haber matado a mucha gente en un pueblo cercano a Torrenueva (Ciudad Real), y no volvió hasta pasados treinta y dos años, lo metieron en la cárcel durante tres años por una bagatela, «pero en realidad porque no habían podido encontrar a su hermano.» Aún hoy este hombre tiene miedo de recordarlo.

Nada más terminar la guerra «había un pánico generalizado.» Cristino Muro fue detenido en Albacete, cuando volvía a Ciudad Real, hasta que pudo identificarse y justificar su viaje; pero a un compañero suyo que no llevaba carné «los azules le dieron el paseo por ser del bando republicano.»

Un hermano de Carmen Gutiérrez luchó en el bando republicano en una unidad llamada Batallón de los Tigres de Acero y cuando al terminar la guerra volvió a su ciudad, Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), fue detenido, acusado de propagandista revolucionario y condenado a doce años y un día (que en la práctica se podía alargar); pero salió a los tres años gracias a la influencia del amo para quien su hermana servía de cocinera. Trabajó en el valle de los Caídos como albañil.

Hubo en Villanueva de los Infantes continuos enfrentamientos entre familias por cuestiones políticas, que desembocaron luego en muchos chivatazos a las autoridades franquistas sobre la gente de izquierdas, quienes eran apresados, encarcelados y fusilados luego.

Villamayor de Calatrava (Ciudad Real) tenía consideración de rojo y la Guardia Civil, «ayudada por los chivatos», se encargó de su depuración. «La labor de los chivatos era igual que en todos los pueblos: denunciaban a los republicanos aunque no lo fueran.» Hecha la denuncia, la Guardia Civil detenía al denunciado, le saqueaban la casa y se llevaban todo lo de valor que hubiese en ella (jamones, vajillas, libros, sortijas, pulseras, sábanas sin estrenar, etc.); luego lo conducían al cuartelillo donde le daban una paliza «ayudados por las mujeres de los nacionalistas», conocidas como las ricachonas (los chivatos eran siempre los ricos y gozaban del favor de la Guardia Civil), que al parecer «tenían derecho a pegar a los presos cuanto quisieran.» Finalmente lo enviaban a la cárcel de Almodóvar del Campo, llamada La Fábrica, donde los hacían trabajar como bestias.

Otros, sin embargo, corrieron peor suerte; así, el porquero fue apresado y fusilado porque le robaron el cerdo de una ricachona, la cual lo denunció luego a la Guardia Civil. Que las derechas mataron a más de veinte cabezas de familias por cada uno que habían matado los republicanos.

Las familias de los detenidos tenían que buscarse la vida porque ni siquiera les permitían comprar en las tiendas del pueblo. Jacinto Coronel Buitrago tuvo que ponerse a cuidar ovejas en 1940, a los ocho años de edad, cuando su padre fue enviado a La Fábrica, sólo por la comida, si caía, que a veces tenía que contentarse con lo que encontraba por el campo.

En La Fábrica no se podía visitar a los presos, aunque sí en la cárcel de Ciudad Real, adonde fue trasladado el padre de Jacinto. Allí fueron a visitarlo su mujer y sus hijos. Se escaparon del pueblo, que tenían prohibido abandonarlo, y, para que la Guardia Civil no repara en ello, la madre obligó a todos los hijos a caminar descalzos hasta el tren de modo que el polvo del camino no los delatase luego. Pero no le pudieron entregar la poca comida que le llevaron porque estaba prohibido entregar nada a los presos.

Tampoco podían visitar a los presos quienes no fueran familiares en primer grado; así, a Martina Ortega Rodríguez, que era una niña, tuvieron que hacerla pasar por hija de su tío para que pudiera verlo y entregarle veinte duros a escondidas. Otra vez quiso despedirse con un beso de otro de sus tíos y, como se lo impidiesen los guardias, protestó su abuelo, que fue inmediatamente apresado y fusilado a los pocos días.

Los presos de La Fábrica planearon una fuga, pero alguien dio el chivatazo y la noche señalada los mataron según iban saliendo. No obstante, algunos consiguieron escapar y esconderse en el monte del Tesoro. Uno de los huidos era de Villamayor de Calatrava y a veces bajaba a su casa, «pero en una de ellas embarazó a su mujer y a la siguiente vez que bajó lo estaban esperando y, según entraba por la puerta de atrás de la casa, lo mataron.

Al acabar la guerra, después de tres años de bombardeos, Cartagena se vio sometida a un «espantoso terror.»

En Rute (Córdoba) el teniente de la Guardia Civil cogía a la gente y les afeitaba la cabeza, y a las mujeres, además, les ponía un letrero por delante y por detrás.

Cuando, tras un bombardeo naval, los nacionales entraron en Málaga (8 de febrero de 1937) «se aprovechó la confusión para saldar deudas y matar a los que estorbaban.»

Terminada la guerra, la familia Romero regresó a Cabeza del Buey (Badajoz) desde Torralba de Calatrava (Ciudad Real) y, como encontrasen su casa ocupada por las tropas nacionales, el padre se dirigió al ayuntamiento a indagar y fue arrestado. Encarna Romero esperó en la plaza a su padre hasta que, extrañada por su tardanza, se acercó al ayuntamiento a buscarlo y le informaron de su detención. Entonces tuvo que alojarse en casa de una vecina.

Gracias a las buenas amistades que la familia tenía en el pueblo, Encarna supo, por mediación de una condesa que conocía a un capitán médico, que la iban a arrestar. Pero la condesa intercedió por ella y, no sólo no la arrestaron, sino que libertaron a su padre en menos de un mes.

La familia se encontró de nuevo en Torralba de Calatrava y de allí pasaron a Almagro invitados por unos parientes que tenían una bodega y les ofrecieron trabajo y alojamiento. Pero a los dos meses el padre de Encarna tuvo una embolia cerebral y falleció.

2. La guerrilla

«Al acabar la guerra muchos huyeron a las sierras y montañas para que no los matasen; eran los llamados maquis. Este fenómeno se dio sobre todo en Toledo, Asturias y Extremadura.»

Al terminar la guerra muchos rojos, por miedo a la represión, se escondieron en los montes. León fue una de las provincias donde este fenómeno fue más frecuente por lo abrupto de sus montañas. La Guardia Civil los buscaba y, aún diez años después de concluida la guerra, los niños huían a esconderse a su casa cuando veían a los guardias, a pesar de que nadie les había hablado de la guerra, pero «el miedo se mascaba en el ambiente.»

El 12 de noviembre de 1939 los maquis hicieron descarrilar un tren en el túnel del Lazo entre Bembibre y Torre del Bierzo (León), por lo que un destacamento del ejército quedó en Bembibre y batió la Cabrera y la zona minera de Iguena.

Terminada la guerra Ángel Serrano aún tuvo que hacer el servicio militar persiguiendo por los montes de León a los republicanos que habían levantado guerrilla, con tan mala fortuna que un día de julio de 1940 le estalló una granada que se le había desprendido del correaje y le produjo heridas en la mano derecha y la pérdida del ojo izquierdo. Franco le concedió luego la Medalla de Campaña y la Cruz Roja del Mérito Militar.

En la provincia de Guadalajara hubo algunos que de vez en cuando aparecían por los caseríos y se llevaban provisiones, dinero y todo lo que podían. «Lo mejor era no encontrárselos, porque, si los veías y no dabas parte a la Guardia Civil, te encarcelaban por colaborador y, si dabas parte, te podías preparar como se enteraran los maquis.»

Terminada la guerra José Horcajo Gutiérrez volvió a la Puebla de don Rodrigo, su pueblo natal, en la provincia de Ciudad Real, cerca del límite con Badajoz, que está una zona muy abrupta y agreste por donde pasa el Guadiana. Hubo en aquella zona muchos rojos que huyeron al monte para salvarse de la represión franquista, porque no querían exiliarse, a los que en el pueblo llamaron los de la sierra. Se alimentaban de la caza que conseguían (conejos, ciervos, jabalíes) y de los peces del río; «pero también se dedicaban a robar a los pastores.» A José Horcajo le salieron varias veces al paso cuando iba de caza y le quitaron las escopetas. No se acercaban al pueblo porque los civiles los mataban, que la Guardia Civil rastreaba todas las montañas y valles de la zona; cogieron a algunos y los mataron, pero otros consiguieron escapar. Los que pudieron sobrevivir estuvieron en el monte hasta que murió Franco; luego, por fin volvieron a sus pueblos.

3. El exilio

«Para cientos de miles de españoles —dice José González Román— llegó la amargura del exilio. Todos los que conocimos la tristeza, el miedo, sabemos bien de la tragedia de estos hombres y mujeres a los que no les quedaba ya ni la esperanza.»

El hombre de Madrid huyó a Francia donde permaneció seis meses. «El comienzo de su estancia fue penoso, ya que los ocho primeros días no pudieron ni vender el oro que habían robado a su paso por Figueras, y durmieron en la playa sin techo ni cobijo.»

Terminada la guerra, el burgalés se exilió en Francia. «Los exiliados no tuvieron buena acogida por parte de los franceses. Existía un gran racismo y consideraban a los españoles inferiores a ellos, por lo que en lugar de darles la oportunidad de insertarse en la sociedad francesa, los marginaban para que de esta manera todos juntos se agruparan en los barrios más pobres de Francia, con el fin de evitar que establecieran contacto con los franceses.»

En Francia también pasó mucha hambre y en cuanto pudo, a los seis meses, regresó a Madrid. Tuvo suerte y las autoridades fascistas no le molestaron, por lo que pudo volver a su oficio de fontanero; pero pasó mucha hambre. En Madrid los únicos que se hicieron ricos con aquella situación fueron los chatarreros.

4. La situación económica

«Cuando terminó la guerra con la victoria de los nacionalistas, España pasó hambre hasta bien entrada la década de los cincuenta.» (Lorenza Díaz)

«En la postguerra había mucha hambre, no había comida, se comían las cáscaras de plátanos... Unos eran detenidos, otros eran fusilados.»

«Si hay algo que fue duro después, fue el hambre... Trabajamos mucho. En menos de cuatro años la mayor parte de los destrozos se habían reparado. Pero no te creas que fue a fuerza de dinero, que la mayoría trabajábamos sin cobrar, sólo por la comida, y yo fui peón voluntario. Habíamos caído muy abajo y había que levantar España.»

«Al concluir la guerra España quedó totalmente destruida —dice José R. Aparicio—. Además, seguían existiendo las llamadas zonas rojas y zonas nacionales donde la vida era bastante más fácil.» Todo siguió igual o peor que durante la guerra.

Todos coinciden en que los primeros años de la posguerra fueron incluso peores que la misma guerra.

La ropa se hacía a mano en el seno de cada familia; «desde las medias y calcetines de lana hasta la ropa interior, pasando por los jerseys de punto y los pantalones. Era usual que cuando una prenda se dejaba por vieja, de las partes sanas se hacían nuevas prendas para los más pequeños de cada familia.»

Ante la escasez de lentejas y otras verduras, se echaban algarrobas en vinagre para que no criaran gorgojos y se comían como lentejas.

Los fumadores, aparte de recoger colillas, secaban hojas de patatas que luego fumaban.

La cebada tostada se empleaba como sucedáneo de café.

«Después de la guerra la nación quedó empobrecida. No había pan y el Estado te quitaba la mayor parte de lo que trabajabas... Si trabajabas tenías que dar el cupo a la Fiscalía.» La escasez de alimentos trajo el racionamiento, y el racionamiento trajo el estraperlo. Así, en la provincia de Cuenca, los labradores molían por la noche y ocultaban dos o tres costales en el monte. «Era la única forma de no morirse de hambre», que con lo que se conseguía con las cartillas de racionamiento (en Rute 15 kilos al mes por familia) no era suficiente. Por eso en los pueblos se comía mejor que en las ciudades. Los guardeses de las grandes fincas de Extremadura, por ejemplo, no carecían de nada. Sin embargo, había pueblos en que a los que habían sido rojos no les daban trabajo, con lo que tampoco tenían derecho a la cartilla de racionamiento, y tenían que ir al campo a coger algarrobas para venderlas.

«Si por algo se caracteriza la postguerra, es por el hambre y la miseria que hubo. Fíjese si había miseria que cuando alguien tiraba a la basura unos pantalones rotos, éstos eran recogidos por cualquier vecino para con ellos remendarse los suyos propios.»

Entre provincias se estableció una especie de aduanas llamadas fielatos para controlar el paso de alimentos.

Jesús Díaz-Flores «no pasó ningún apuro porque, aparte de que su padre era de derechas, tenían tierras y los altos cargos les dejaban en paz.»

En Madrid había mucho dinero falso... y sólo los fascistas sabían cuál era el que se podía utilizar. Al terminar la guerra los de la zona roja se encontraron con que su dinero no valía para nada, ya que el nacional era el único que se aceptaba.»

Las cartillas de racionamiento

Los fascistas ocuparon Madrid el 28 de marzo de 1939 y hasta el 8 de abril no entraron en la capital trenes con alimentos. «Sólo los soldados tenían víveres —recuerda Pedro G. González— y muchos ciudadanos se vieron obligados a cambiar monedas o joyas de oro por un chusco de pan negro, otros acudían a los cuarteles a pedir las sobras y muchas mujeres tuvieron que prostituirse por un poco de alimento.»

Poco después de la llegada de los primeros trenes de aprovisionamiento a Madrid, el Auxilio Social empezó a repartir raciones hasta que a mediados de abril el gobierno autorizó la venta libre de alimentos. Un mes después se impuso la cartilla de racionamiento y se creó la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes (Comisaría de Abastos en el lenguaje popular) que se encargó de repartir los artículos.

Había dos tipos de cartillas: una para la carne y otra para lo demás. Cada persona tenía derecho a la semana a 125 gramos de carne, 1/4 litro de aceite, 250 gramos de pan negro, 100 gramos de arroz, 100 gramos de lentejas rancias con bichos la mayoría de las veces, un trozo de jabón y otros artículos de primera necesidad entre los que se incluía el tabaco. A los niños se les daba además harina y leche y a los que habían pertenecido al ejército franquista se les añadía 250 gramos de pan.

«Muchas personas, entre ellas mi abuela, borraban los sellos que ponían como señal de haber sido entregados los alimentos con miga de pan y mandaban a las niñas más pequeñas otra vez a la cola a por más comida.»

El racionamiento duró hasta 1953 y, unido a la imposición de precios bajos, provocó la aparición del mercado negro y una situación en la que sólo los que tenían riquezas e influencias podían vivir adecuadamente. No obstante, con el establecimiento del mercado libre de alimentos los precios eran tan altos «que una familia normal sólo podía proporcionarse los alimentos básicos (un kilo de jamón costaba 18 pesetas).»

«Las cartillas son de 1ª, 2ª o 3ª categoría. Los productos que se entregaban eran básicamente: garbanzos, boniatos, bacalao, aceite, azúcar y tocino; de cuando en cuando se encontraban maravillas como café, chocolate, membrillo o jabón. Rara vez se repartía carne, leche o huevos, que sólo se encontraban en el mercado negro. El pan, que era negro, porque el blanco era un artículo de lujo, quedó reducido a 150 ó 200 gramos por cartilla. Se tenía que contar con el permiso de las autoridades para hacer la matanza. Muchas veces en las casas se hacía el pan por la noche para evitar a los agentes de la Fiscalía, pero al día siguiente lo encontraban por el olor y decomisaban el pan. A veces la gente desenterraba los animales muertos y se los comía.

Las cartillas de racionamiento establecían una ración de 150 gramos de pan por persona, pero «los militares, guardias y curas...» tenían derecho a 350 gramos.

Los delegados de Abastos «eran los encargados de requisar los alimentos en todos los lugares, dejando a los habitantes [de los pueblos] un mínimo de alimentos para poder vivir, aunque pasaron mucha hambre.» En Pinilla de Jadraque los campesinos ocultaban el trigo para no morirse de hambre.

El nuevo Estado precintó todos los molinos en Tramacastilla de Albarracín, pero los paisanos durante la noche, con riesgo de la Guardia Civil, llevaban el trigo a moler a los molinos del monte, que eran de «tan difícil acceso que solamente podía llegarse a ellos mediante caminos de herradura», o a otros de tan insignificante caudal de agua que no habían sido precintados.

Algunos vecinos de Belvís de la Jara (Toledo) se iban a moler el trigo a la Nava o al Martinete porque la Guardia Civil los perseguía. F. Bodas molía por la noche el trigo con conseguía a cambio de aceite obtenido «echando agua hirviendo en un saco de aceitunas y estrujándolo a la vez.»

En las ciudades se racionaba todo tipo de alimentos, pero en los pueblos sólo el arroz, el aceite y el azúcar.

El estraperlo

La escasez de alimentos y de artículos de primera necesidad provocó el contrabando, el estraperlo y la especulación; «los hermanos de mi abuelo eran contrabandistas de tabaco y de algunos alimentos en Bilbao»; así, «mientras había unos pocos que eran los que poseían el dinero, el resto debía someterse a su voluntad; de ahí el crecimiento que durante esta época y en años posteriores tuvo el caciquismo, sobre todo en las zonas rurales.»

«En esta época de tantas injusticias y calamidades la gente solía decir refranes como éste: Cuando Negrín, billetes de mil; con Franco, ni cerillas en los estancos.

«La guerra nos dejó empobrecidos y España quedó aislada por las demás naciones, a causa de lo cual llegó la hambruna. Poco había y lo poco sólo se podía adquirir en el mercado negro, que llamaban estraperlo. El aceite de oliva lo vendían los estraperlistas por cucharadas, el pan era de difícil digestión, a pesar de que todo se hacía comestible. La gente se iba al campo y buscaban cardillos, acederas y toda clase de hierbas comestibles que ayudasen a resistir el hambre.»

Cuando los soldados nacionales, terminada la guerra, llegaban a la estación de Madrid la gente los acosaba pidiéndoles comida. Había carne, pero a precios imposibles. El pan era la comida fundamental, aunque era pan negro hecho de maíz o de cebada, que trigo no había. También se comía arroz y patatas fritas «hechas de pan», y cáscaras de naranja. Sin embargo el vino no escaseaba.

En una ocasión Lorenza Díaz fue a ver a su novio a Madrid y en su pueblo de Ávila los amigos le dieron una maleta llena de harina, azúcar y otros productos para que pudiese «vivir en Madrid, sin morirse de hambre», pero en la estación estuvieron a punto de requisarle las provisiones y denunciarla por estraperlista; sólo la salvó de aquel trance comprometido la oportuna llegada de su novio que ya entonces era policía nacional.

El estraperlo se practicaba en lugares específicos como la plaza de la Cebada en Madrid adonde acudía la gente del campo y hacía tortillas que vendía a precios altísimos. Se estraperlaba principalmente con aceite y patatas. Y harina de almortas, que era igual que el puré de San Antonio. Las mujeres estraperlistas se instalaban a la entrada del mercado y ocultaban los productos bajo las ropas.

En los trenes se solía registrar las maletas en busca de estraperlo, pero a Ángel Serrano no se la miraban porque era mutilado.

«En la posguerra los de Abastos quitaban el trigo y ovejas para repartirlo ya que la nación estaba arruinada. Daban pan de centeno racionado... A Eduarda le pusieron una multa de mil pesetas porque le pidieron una cantidad de trigo que no tenía y no la pudo dar.

«La gente de Arenillas (Soria) para conseguir aceite cambiaba a las mujeres que llegaban de Madrid alubias, garbanzos, harina y otros productos, que no se conseguían en la ciudad, por aceite» que los que venían habían conseguido de estraperlo.

De vuelta a Madrid, para eludir los controles en la estación, se bajaban del tren en marcha o se cosían la mercancía alrededor de la cintura debajo de batas anchas. También metían el producto en botijos.

«La gente tenía que esconder los alimentos porque, si no, se los quitaban. Los comerciantes también tenían que esconder sus telas.»

Tampoco había tejidos y los vestidos se hacían de sábanas o cortinas; otros hilaban y tejían la lana de las ovejas.

«Como se pasaba mucha hambre, había usureros que prestaban dinero y les tenían que devolver el doble de lo prestado.

«Las mujeres se dedicaban a lavar y a hilar la lana, a escardar, a limpiar los ... para ganar cuatro perras.

«Era necesario tener una mula porque era el medio de transporte para vender y comprar, ya que antes la gente viajaba mucho de un pueblo a otro.

«En el pueblo, como siempre, había distintas clases sociales:

  • «Pastores, muleros, vaqueros, cabreros, que eran los más pobres y servían a los demás.
  • «Los pequeños campesinos y comerciantes, que trabajaban en su propio negocio.
  • «La gente más rica del pueblo que tenía gente a su servicio.»
Lo peor de la postguerra fue el hambre. En Santa Bárbara de las Casas se iba a Portugal al contrabando para vender luego de estraperlo (los huevos subieron de 5 a 200 ptas./docena, el arroz de 3 a 30 ptas./kg., el pan 25 ptas. kg.).

Las falsas embarazadas escondían la mercancía que se estraperlaba.

El hambre en la ciudad y en el campo

El hambre en las ciudades fue ocasión para que mucha gente volviera a los pueblos para emplearse en cualquier cosa a cambio de comida y de habitación.

Cuenta Esteban Recio que al término de la guerra se dio un plazo de dos años para la reconstrucción de las casas; si no se reconstruían en ese plazo, se las incautaba el Estado o era demolidas. «Por entonces se comían algarrobas... la gente no tenía nada, ni casa, ni dinero.»

Al término de la guerra Madrid pasó en seis meses de un millón a un millón y medio de habitantes. Se crearon muchos puestos de trabajo (Tabacalera y Gas Madrid produjeron muchísimos), pero muy mal pagados. «Por ejemplo, el de camarero, con un horario de 8.30 de la mañana a 2.30 de la tarde y de 6.00 de la tarde a 11.00 de la noche, cobraba de cuatrocientas a quinientas pesetas. En esos tiempos una casa valía 3000 pesetas.»

Madrid tenía buenas huertas, que aún estaba sin urbanizar, donde se producían las mejores lechugas de España. Y la gente bajaba a lavar y a bañarse al Manzanares. Había tranvías que hacían el trayecto de Sol a Cuatro Caminos por diez céntimos. El Metro costaba veinte céntimos y tenía tres líneas que partían de Sol a Ventas, a Cuatro Caminos y a Vallecas.

«Al acabar la guerra se pagan las deudas y se entrega el dinero, el hambre se incrementa... Franco da la orden de que todas las familias tenían que volver a la población en que se encontraran al comenzar la guerra. La familia [de Teresa Arranz] vuelve a Madrid y el padre [ferroviario] dice que ahorrando podrán volver a levantar la casa.»

Muerto el padre, la familia Romero decide trasladarse a Madrid donde los dos hermanos mayores están presos. Uno sale al cabo de un mes y otro al año. La familia se aloja con una hermana casada en una gran casa, que había sido de una condesa, de la Costanilla de San Pedro; pero a los tres años, al irse la hermana casada, tienen que abandonarla porque les resulta muy cara y van a alojarse a la calle del Oso, cerca de la plaza de la Cebada.

Encarna Romero confiesa que la posguerra se le hizo durísima por el hambre; que la guerra le fue más fácil porque «en la Mancha no se conocía la guerra y había mucha comida.» En Madrid casi no comían más que boniatos con anises, porque no había azúcar, y puré de San Antonio.

Reincorporado a filas en el 41, Adrián Martín Solano obtuvo permiso para trabajar fuera del cuartel porque con lo que le daban apenas tenía para subsistir, que le daban «un panecillo con una cruz en medio que servía para cuatro raciones.» Trabajó en Leganés en la Compañía de Regiones Devastadas. Los albañiles ganaban 9,5 pesetas; los maestros albañiles 16 pesetas. Un bocadillo de sardinas de estraperlo costaba tres pesetas.

Los más miserables iban a la plaza de Legazpi por los deshechos del mercado de abastos, lo que se llamaba ir a la busca. Aquella busca salvó a mucha gente de morir de hambre.

El Auxilio Social se encargaba de traer comida gratis para los obreros de Madrid. Llegaban camiones llenos de pan y de comida y lo regalaban a la gente.

El Auxilio Social instaló en Madrid cocinas ambulantes para distribuir comidas y aliviar el hambre que se padecía en la capital. Luego las Cartillas de Racionamiento permitieron conseguir algunos víveres, «que sólo llegaban al desayuno», tras aguantar largas colas.

El trabajo era escaso y estaba reservado a mutilados, excombatientes franquistas, falangistas y demás gente del régimen.

«Sólo vivían bien los que llevaban el mando.»

«A pesar de todo lo que se estaba viviendo, los jóvenes no perdían su alegría. La única forma de diversión que tenían eran las fiestas que se organizaban en los distintos pueblos de la zona [Galicia y Asturias]. Como la mayoría de las ocasiones no había orquesta, y todos se conocían, unos cantaban mientras que los otros bailaban.»

No obstante la escasez general, en los pueblos de Soria con el ganado, las tierras y los huertos se podía vivir, aunque venían gente incluso de muy lejos a espigar durante la siega.

En los pueblos de Burgos se empezaba a trabajar a los ocho o diez años porque había que llevar dinero a la casa. Los chicos se empleaban como pastores o trabajaban en el campo y las chicas trabajaban en casa o se iban a servir a Madrid. A veces las chicas que servían tenían que ceder a los caprichos del señorito si no querían verse en la calle solas y desamparadas, pero semejante abuso no se consideraba violación. Y todo por cien duros al año más comida y alojamiento.

La postguerra fue una época de «mucho miedo y poco pan», porque, a pesar de trabajar muchas horas, Joaquín Criado y su familia pasaron mucha hambre en Villavieja de Yeltes (Salamanca), que «la comida era un bien escaso y había que racionarla muchísimo.»

«Lo que más me dolía —dice Teodora Sánchez, de Diego Álvaro (Ávila)— no era mi hambre, sino el hambre que pasaban mis hermanos pequeños.» Se racionaba el pan de centeno, «de color oscuro y casi siempre duro», y el azúcar.

Entonces fue cuando se notaron las diferencias de clases —dice José Gil—, «los que tenían dinero podían comprar y los que no, pasaban hambre... En los pueblos, sin embargo, la situación era distinta. Los alimentos estaban racionados, pero tenían trigo... y las mujeres amasaban en casa y cocían el pan en el horno del pueblo. También se podía criar un cerdo o dos... Lo único que estaba más escaso era el aceite, como no se criaba en la región [Guadalajara].»

Escaseaba todo tipo de pastas y «era famosa la figura de un hombre que iba por los pueblos haciendo fideos con masa que le preparaban las mujeres. También escaseaba el azúcar y para endulzar empleaban remolacha y sacarina, aunque ésta era malísima.

Durante uno o dos años hubo quien se enriqueció con el estraperlo. Cambiaban a los ferroviarios harina por aceite y luego lo vendían a muy altos precios. «En muchas ocasiones los agentes de la Fiscalía de Tasas hacían la vista gorda porque a ellos también les interesaba que hubiera este mercado negro.

En Renales el agente de la Fiscalía multaba al molinero, como sabía que molía para el uso y para el estraperlo, y le precintaba la piedra; pero, como si fuera un olvido, dejaba otro precinto, con lo que el molinero en cuatro días podía recuperarse de la multa.

«El hombre trabajaba en el campo y se ocupaba generalmente del ganado... la mujer hacía todos los trabajos de la casa, se encargaba de los cerdos y las gallinas y ayudaba a los hombres en algunas tareas como escardar o trillar la parva. En las épocas de cosecha toda la familia colaboraba.»

Todos los domingos del año había baile. Los mozos pagaban una cuota al año y alquilaban un manubrio para no depender del humor de alguno que supiera tocar algún instrumento, que siempre lo había. Pero en las fiestas contrataban una orquesta y el baile duraba más. A veces llegaba algún espectáculo de títeres o comedias que servía de pretexto a mozos y mozas para estar juntos.

En Alpedroches (Guadalajara) «el peso de la guerra apenas se dejó sentir. En una humilde y pequeña aldea entre las montañas los únicos signos del conflicto eran el paso de alguna tropa de moros o de alguna escuadra camino del frente.

«Fue en la posguerra cuando todos sintieron en mayor o menor grado las consecuencias de la instauración del nuevo poder. Es entonces cuando Ciriaco Gismera encuentra dificultades para encontrar un trabajo digno. Para acceder al mismo es necesario la presentación al Ayuntamiento de informes de familiares y vecinos del pueblo que atestigüen que se trata de una persona de confianza. Pero Ciriaco no conseguía nunca informes favorables.»

En Méntrida cada uno comía de lo suyo y lo que faltaba como pan, aceite, legumbres, tabaco, se compraba de estraperlo, que la Guardia Civil hacía la vista gorda a cambio de alguna participación en el beneficio.

«No había grandes diferencias sociales... los que habían sido pobres antes de la guerra seguían siéndolo en la postguerra, excepto los que se habían enriquecido con el estraperlo.»

El baile y el cine eran las diversiones más comunes.

En Toledo había gente que pedía aceitunas por las casas.

La suciedad era grande porque no había jabón, con lo que había mucha sarna y piojos.

Muchos labradores de Bargas, Petra Gutiérrez y Socorro Rosell entre ellos, iban a Madrid a vender «aceite, garbanzos y otras legumbres. Iban casa por casa y... las mujeres los esperaban con ansiedad.» Pero a veces, cuando llegaban a la estación de Atocha, la Guardia Civil les requisaba la mercancía y «tenían que volver con las manos vacías.»

En Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) «la gente que poseía más dinero era la gente de derechas y eran los que mandaban en el pueblo». Carmen Gutiérrez lo pasó entonces muy mal, que a su padre lo habían echado del trabajo por ser socialista, hasta que con su hermana pudo colocarse de cocinera en «una casa de derechas». Allí pudieron comer, pero no les dejaban sacar comida para su padre y tenían que hacerlo a escondidas.

A Baltasar Montenegro le obligaron a afiliarse a la Falange.

«Cuando acabó la guerra, los campos estaban llenos de langostas, lo que provocó mucha hambre. La gente moría de hambre. En la plaza de Madridejos la gente caía muerta de hambre y se decía de ellos que habían muerto por el piojo verde. Había tanta hambre que una vez, estando mi abuela cosiendo, vio por la ventana cómo un hombre se comía las cortezas de patatas que había tiradas en la calle.

«Cuando mataban a un burro en la carnicería del pueblo, la gente hacía unas colas larguísimas y la gente que estaba en ellas esperando se llenaba de piojos.»

Sólo había pan de cebada y de maíz «que te ahogaba.»

El dinero hubo que entregarlo, aunque daba igual porque todo el dinero republicano fue invalidado.

El padre de Manuel Prieto, que vivía en Valdepeñas, tenía ahorradas cuarenta y seis mil pesetas, «que por aquel tiempo eran una fortuna»; pero, como era dinero republicano, los franquistas sólo le dieron al cambio cincuenta pesetas, con lo que, aunque era labrador independiente, se tuvo que poner a trabajar por cuenta ajena para salir adelante. Manuel tenía que ir a Torrenueva a comprar pan de estraperlo.

Los primeros cinco años de la posguerra fueron horribles en Villamayor de Calatrava (Ciudad Real); había mucha hambre y nada que comer. La poca harina que se conseguía había que entregarla a la tahona (controlada por Abastos), «pero a los pobres les daban pan moyuelo, que tenía raspas como palillos, y a los ricos les daban pan de flor.» Sólo en el año 48 permitieron abrir otro horno en el que cada cual se cocía su pan.

Con el pan moyuelo se comía gachas de algarrobas que tenían bichos que, como nadaban el agua, se podían quitar con una espumadera. A veces las gachas eran de harina de cebada y a veces no había qué comer.

En el campo se trabajaba de sol a sol, en verano de seis de la mañana a diez de la noche, se dormía sobre la mies y no había más comida que migas o garbanzos. Así, Jacinto Coronel y Martina Ortega, que conservan un recuerdo muy amargo de su infancia y juventud en el pueblo, emigraron a Madrid en cuanto pudieron, a mitad de la década de los cincuenta.

Al licenciarse el legionario Jesús Serradilla volvió a su pueblo de Cáceres y se empleó de capataz en la dehesa Belén; pero el salario era escaso y al año emigró a Madrid, donde dada su condición de mutilado de guerra le fue fácil emplearse como vigilante nocturno, con un jornal de ocho pesetas, en la factoría Bressel, que fabricaba espoletas para granadas de artillería y otra maquinaria.

«Al poco tiempo mi abuelo [Fulano Esteban] volvió a trabajar en el mismo cortijo [de Granada] en el que lo hacía mi abuela y a los dos años se casaron.

«Al casarse ambos se fueron a un cortijo como guardas, donde ya tuvieron una hija, y, como el salario era muy bajo, se fueron al pueblo, a Loja, donde hizo una instancia para trabajar en la RENFE; no es que ganase mucho, pero ya era un sueldo algo más fijo y lo consiguió gracias a que su hermano trabajaba también como ferroviario y a que su mismo padre también lo había sido.

«A los dos años nació mi padre y la economía ya estaba más estable, aunque no daba para gastos superfluos, tan sólo daba para comer.

«Ahora, por haber sido Guardia de Asalto durante la guerra, le dan una paga todos los meses, además de la de la RENFE.»

El abuelo materno, Fulano Martín, que hizo la guerra en Madrid, quería quedarse a trabajar en la capital, «pero sus padres no le dejaron, entonces volvió para trabajar en el pueblo y estuvieron siete años de novios; ella también trabajaba en el campo, pero lo pasaron muy mal económicamente, comían casi gracias a su abuela que tenía una pequeña tienda de frutos secos en la que no ganaba tanto como antes de la guerra, cuando se iba de feria en feria los domingos, y en el pueblo, pero era porque en aquel entonces la gente tenía mucho menos dinero y no se lo podían gastar en caprichos, pero poco que mucho comían.

«Cuando pasaron siete años... se casaron y vivieron una temporada en el pueblo, donde nació un hijo y una hija, mi madre. Trabajaban en el campo y a los niños los cuidaba una vecina. Pero el trabajo estaba infravalorado y trabajaban mucho, ganando poco y entonces decidieron irse a trabajar a Madrid.

«Estuvieron como guardas de una casa y para trabajar un huerto que tenían. Vivían en esta misma casa. Luego se fueron a vivir a Vallecas y mi abuelo se puso a trabajar en las contratas de la RENFE, y poco a poco iban viviendo.

«Luego mi abuelo se hizo... de la Falange para que le dieran un piso; tuvo que ir andando desde Madrid hasta la cruz [del Valle] de los Caídos y no se lo dieron, entonces se borró, y al año dio la entrada en un piso... en la plaza de los Cármenes, donde vivió hasta que murió a los cincuenta y dos años, y mi abuela sigue viviendo allí.»

«En 1953 acabaron los años de máxima tensión —dice Julián Prieto—, desapareció el estraperlo y dos millones de españoles se fueron a trabajar al extranjero. Esto mejoró la economía española porque dejaban puestos de trabajo vacíos y traían divisas para comprar productos que no había en España.»

Una de las enfermedades incurables de la época era la tuberculosis. Para prevenir la enfermedad se aconsejaba hervir la leche de vaca —recuerda el gallego Alfonso Barreiro— «ya que una de las formas de contagio más frecuente era a través de las vacas enfermas con dicha enfermedad.»





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